Mi pequeño pueblo, La Ribera de Molina, ha sido una tierra evangelizada por los religiosos de la Compañía de Jesús y de la Orden franciscana. No obstante, los jesuitas eran más asiduos: siempre estaban presentes en las fiestas del pueblo dedicadas al Corazón de Jesús, en las misiones populares, en el tiempo de Adviento y de Cuaresma, etc. Semilla de su eficaz apostolado han sido las vocaciones que han surgido en el carisma de San Ignacio de Loyola y la simpatía, no menor, de estas gentes ribereñas por la Compañía de Jesús.
Me llamaba muchísimo la atención la devoción del P. Molina a la Virgen, no hablaba nunca que no saliese la Virgen a relucir. Pero también, su devoción a la Eucaristía, el decir la Misa, el cómo consagraba, el cómo alzaba la Sagrada Forma, era un embelesamiento, una devoción que a mí me admiraba siempre y creo que él es el que más ha influido en mí en la devoción a la Eucaristía.
El P. Molina deseaba llenar la sociedad de Dios, por ello buscaba llenar a los hombres de Dios. Siempre trabajó infatigablemente por cumplir su misión de pescador de hombres. Por eso mismo también creía en cada una de las personas que el Señor le encomendaba y depositaba en ellas toda su confianza. Gran celo ponía en la predicación de los Ejercicios y en el seguimiento de los ejercitantes, tanto a nivel personal como por parte de las personas que lo ayudaban.
Al Rvdo. Padre Molina lo conocí, en el año 1998, durante unos Ejercicios Espirituales en Boyacá. Me impactaron muchas cosas de él. Me habían dicho que era ya un anciano y que además tenía un cáncer Terminal. Esperaba ver a un ser que apenas podía caminar, pero me quedé sorprendido al ver a semejante hombre, erguido, caminando firme, pero sobre todo su rostro irradiaba alegría en todo momento. En dicho retiro la energía que mostraba en las conferencias la desearía cualquier joven. Nunca lo vi comer ni beber, no digo que no lo hiciera, pero hasta para eso era recatado.
Conocí a nuestro querido P. Molina en agosto de 1981. Todo empezó así: mi madre me invitó a hacer unos Ejercicios Espirituales de ocho días con un sacerdote jesuita muy bueno que había conocido mi hermana en Sevilla. Yo pensé: “¿Ocho días? Si casi no aguanto los de dos días que suelo hacer. ¡Qué serán ocho días!”. Y en principio no me agradaba mucho la idea. Además, tenía que estudiar algunas asignaturas para dar exámenes en septiembre de cursos atrasados, pues no era buen estudiante. Al final, como fueron varios de mi familia incluso mi madre me animé y fui, pero con mis libros, dispuesto a estudiar mis asignaturas pendientes.
Necesitamos su consentimiento para cargar las traducciones
Utilizamos un servicio de terceros para traducir el contenido del sitio web que puede recopilar datos sobre su actividad. Por favor revise los detalles en la política de privacidad y acepte el servicio para ver las traducciones.