P. Rafael Huerta Huerta, misionero

Comenzaron los ejercicios y comenzó el estudio. Pero empecé a escuchar a aquel sacerdote distinto de los demás y me empecé a preguntar. Al tiempo me decía: “Tengo que estudiar. Coge los libros”. Y tuve que terminar por dejar los libros y meterme de lleno en los Ejercicios. Fue entonces cuando Dios empezó su obra y me hizo ver lo que quería de mí: “Te quiero para mí, quiero que seas sacerdote”. Me puso ese deseo en el alma. Recuerdo que la manera de predicar el Evangelio del P. Molina nos impactó fuertemente a toda la familia, a los que le escuchamos. “¡Esto es lo que buscábamos! ¡Esto es el verdadero Evangelio!”, nos decíamos. “¡Aquí está la verdad!”.


¿Qué virtudes destacaría de nuestro P. Molina? 

En cuanto a la oración todos sabemos que era un hombre de Dios. Siempre en el seminario, cuando llegábamos a la capilla él se había levantado antes y se encontraba ya en ella. Siempre era el último en acostarse. Recuerdo que en mayo de 1987 hicimos un viaje de Madrid a Cádiz para unos Ejercicios Espirituales que iba a dar junto con el P. Jorge Loring. Pues él estuvo haciendo oración con el libro de San Isidoro, San Leandro y San Fulgencio, prácticamente sin interrumpir casi para nada, las ocho horas seguidas del trayecto.

Cuando paramos para el almuerzo, lo hicimos en la división territorial entre Castilla y Andalucía, en un lugar hermosísimo, pero que tenía un nombre no tan bonito. Se llama el desfiladero de “despeñaperros”. Al parar ahí, la Hna. Josefina que iba delante con otra Hermana, le preguntó al Padre Molina: “Padre, ¿sabe por qué este desfiladero lleva ese nombre?”. Y el P. Molina le contestó: “¿Por qué, Hna. Josefina?” - “Pues porque en la guerra civil los milicianos despeñaban a los sacerdotes acantilado abajo para matarlos”. Esta respuesta nos dejó pensativos. Y al tiempo que admirábamos la belleza del lugar en nuestro frugal almuerzo y mientras paseábamos, el P. Molina y un servidor reflexionábamos en silencio sobre aquella respuesta de la Hna. Josefina. Recuerdo que en aquel paseo-almuerzo fue hombre de pocas palabras, más contemplativo que hablador. Pero eso sí,no pudieron faltar los higos secos, esa “fruta bíblica” como otras tantas que él tanto apreciaba. ¡Qué contento estaba el P. Molina con sus higos secos! Y no se cansaba de repetirme que eran una fruta bíblica. Muchas veces se lo he oído decir. Tengo un recuerdo imborrable de aquel paseo único en la vida por aquellos parajes con el P. Molina.

 
En este viaje nos robaron las maletas porque las dejamos en el coche, la policía mandó la grúa que se estaba llevando el coche para evitar que los ladrones siguieran robando. Al final aparecieron los maletines, pero el Padre estaba preocupado porque no sabía lo que le habían robado, iba a dar los Ejercicios y si no estaban las carpetas de las predicaciones era todo un problema. En medio de toda esa preocupación se mantuvo en paz, sereno, decía: “Dejémoslo a Dios”. Al final, solo le robaron la máquina de afeitar, pero le prestaron una para los ejercicios. 

Muy cuidadoso en la liturgia, quería que se tuvieran muchos detalles con el Señor. Una vez que lo estaba acolitando, en mis primeros años del Seminario, quise decirle algo y me llamó públicamente la atención al final de la Santa Misa diciendo que no se debe interrumpir al preste para nada. 


Era muy práctico, iba al grano, quería que salieran las cosas y bien hechas, quería que viviésemos la obediencia, comenzando por la obediencia de ejecución. Nos dio una clase de fregado en el seminario de Tarancón. Organizó toda la cocina y se puso a fregar. Él lo hacía rapidísimo y nos enseñó a fregar rapidito. Nos dio una lección y todo el seminario mirando cómo fregaba él. Nunca se me olvidará. Decía que no había que tener lentitud paralizante en el fregado mirando las pequeñeces. Que esté limpio, eso sí. Para eso, el agua bien caliente en la primera pila y con suficiente jabón. Templada en la segunda y fría en la tercera.

 Otra anécdota de la capacidad de organización que tenía el P. Molina, capacidad no sólo para organizarse él sino para organizar a los demás fue también en Tarancón, en el seminario, para ordenar la biblioteca general. Llegó una gran cantidad de libros, organizó a todo el seminario y en un solo día casi lo terminamos. Él repartía libros clasificándolos viendo sólo el título del libro: “Filosofía, Santos Padres, Dogma, Moral, Derecho Canónico…” e iba más rápido clasificándolos que los seminaristas corriendo de aquí para allá colocando los libros. No dábamos abasto con todos los libros que él nos daba para que los pusiéramos en su lugar. ¡Qué rápido lo hacía! Y eso que éramos bastantes seminaristas. 


En cuanto al trabajo, no quería perder ni un minuto, ni perderlo él ni hacerlo perder a los demás. Yo en esto, creo que tendría algún voto de aprovechar el tiempo. Cuando alguien hacía esperar a la comunidad, por ejemplo, faltaba uno o dos Hermanos y no se podía empezar la distribución, nos hacía reflexionar a todos. El decía: “Vean cuánto tiempo perdido, cinco minutos por veinticuatro que somos, ciento veinte minutos perdidos, dos horas perdidas por toda la eternidad”.


Respecto a la atención espiritual, él siempre ha sido un padre, siempre ha dedicado a cada persona lo que necesitaba, como que se amoldaba a la persona, según la manera de ser de cada uno. Parecía que no miraba el reloj, aunque tuviese muchas cosas que hacer, uno estaba tranquilo con él. En ese sentido, era un padre al que se le podía decir todo sin ningún reparo, era de corazón ancho y magnánimo.

 
Era muy devoto. Una vez que me estaba recibiendo en dirección espiritual ya iba a empezar el Santo Viacrucis, no quiso perdérselo y me dijo: “Bueno, luego continuaremos. Ahora vamos a ponernos devotos”. Y nos fuimos al Santo Viacrucis. 


Tenía aguante- paciente, nos las soportaba todas, por más que le hacíamos una detrás de otra. A mí me dijo: “A ver si se corrige de esto antes de mi muerte”. Infundía ánimos y esperanzas. Esa confianza de que ibas a poder corregirte y además te espoleaba. Él era de los que decían: “A Dios rogando y con el mazo dando “, tenía sus esperanzas puestas en nosotros siempre y cuando nosotros nos esforzáramos y pusiéramos de nuestra parte. Tuvo gran paciencia con un servidor para su ordenación sacerdotal, tuve varios problemas y supo esperar con paciencia. 


En nuestro tiempo de seminario había escasez de profesores y tuvimos la suerte de tenerle al mismo P. Molina como profesor en algunas materias, como Metafísica o Sagrada Escritura. Quiero ahora resaltar un cursillo de Sagrada Escritura que nos dio a los ordenandos, pues como no pudo terminar las clases en Tarancón, las quiso terminar aprovechando el tiempo al máximo... ¡en el coche! ¡en el camino! Sí, en pleno viaje, allí estábamos los tres ordenandos, uno adelante y dos atrás, uno a su derecha y otro a su izquierda, escuchando una clase de Sagrada Escritura sobre “El secreto mesiánico de Jesús” en San Marcos, creo recordar. Y esto durante todo el trayecto desde Tarancón hasta Almonacid de Zorita, cuarenta y cinco minutos aproximadamente. ¡Y ay de aquel que se distrajera o se durmiera! Le caía un capelo enseguida. “¡Atiendan bien!”, nos decía. Era un profesor exigente. Quería que entendiésemos y que aprendiéramos la lección explicada. “Van a tener examen así que ¡cuidadito!” “Controlen bien la hora a la que empezamos y a la que terminamos para que demos completas nuestras horas pedagógicas”. Creo que podríamos decir tanto de aquellas clases como de su predicación lo mismo que decían los dos de Emaús respecto a Jesús: “¿No ardía nuestro corazón citando nos explicaba las Escrituras por el camino?”.

 
Y no acaba ahí porque, ¿para qué nos llevaba a Almonacid? Para enseñarnos a dar tandas de Ejercicios Espirituales. Sí, los que lo hemos conocido, creo que muchos hemos tenido la suerte de poder estar con él en alguna tanda de Ejercicios Espirituales no tanto cuidándolos sino fijándonos en todo para ver cómo hay que darlos y él dándonos pautas. Era un maestro ejemplar. Hasta en esto nos quiso enseñar antes de que nos ordenáramos. Todos los ordenandos en aquel tiempo teníamos que pasar por dos tandas aprendiendo del P. Molina. ¡Gracias, P. Molina! 


Pero lo que más me impresiona del P. Molina, además de su persona tan entrañablemente querida para todos nosotros, es esta Obra maravillosa que el Señor le ha inspirado y que pienso que quizá aún no sabemos valorar suficientemente. Este espíritu, estas constituciones tan concienzudamente realizadas, con tanto detalle, estos Santos Patronos, esta unión, esta diversidad en la unión, este maravilloso arco iris de caracteres, procedencias, nacionalidades de todos los miembros y que todos pensemos lo mismo, queramos lo mismo, sintamos lo mismo: ese es el ideal. Si aún  no lo hemos conseguido, con la ayuda del Espíritu Santo y con María Santísima lo conseguiremos. 
“Padre, que todos sean uno, como Yo en Ti y tú en Mí”. 

Necesitamos su consentimiento para cargar las traducciones

Utilizamos un servicio de terceros para traducir el contenido del sitio web que puede recopilar datos sobre su actividad. Por favor revise los detalles en la política de privacidad y acepte el servicio para ver las traducciones.