Dña. Amparo Muñoz Eiró, misionera seglar de Prodein

Creo que poseía el amor a Dios al máximo. En cuanto a la caridad en lo material, yo destacaría siempre su afán por servir a los demás y, sobre todo, a los que más lo necesitaban. Con los campesinos pobres de Perú se desvivía. En los Ejercicios Espirituales, en todas partes nos bombardeaba hablándonos de sus hijos. Yo recuerdo una vez que nos puso una película de las misiones, pero no se veía la miseria sino que mostraba las realizaciones: los colegios, los diversos apostolados… Entonces una señora le dijo: “Padre, usted nos está enseñando estas cosas para que no le demos nada, porque con esto ya vemos que su Obra tiene mucho en Perú y no nos conmueve”. Y él muy sereno le dijo: “Señora, yo tengo que dar cuenta del dinero que recibo y esto es lo que estoy haciendo, no solo se trata de mostrar las necesidades sino de lo que hacemos con el dinero que ustedes nos dan para que sepan que se está utilizando y ustedes den más mañana”. Aquello me impresionó a mí también porque realmente yo estaba pensando como la señora.

Yo lo veía muy cercano a todos. A mí me admiraba que, cuando me veía, me preguntaba concretamente por mi hermano, que estaba discapacitado, siempre se acordaba de él. Yo no era una excepción, era una más en el montón, pero siempre he notado esa acogida. Uno iba a Madrid y, si te encontrabas con él, se paraba para saludarte y no pasaba de largo. Se mortificaba muchísimo, pero sobre todo él, no quería que se mortificasen tanto los demás como no fuese para llevarlos más a Dios. Yo recuerdo de esto una anécdota. Fue en una tanda de Ejercicios en Almonacid que no había sitio para colocar a todos los que éramos. Por eso a mí me pusieron en el comedor de las Hermanas. Y allí nos trajeron un pan durísimo. Entonces apareció el Padre, cuando estábamos comiendo, vio el pan que nos habían puesto y se volvió a la Hermana que estaba sirviendo, cogió el pan, lo dejó caer sobre el plato y dijo: “Hermanita, este pan parece una piedra, ¡por favor! Este pan sirve para mí, pero no para estas Hermanas que están trabajando todo el día”. A mí aquello me dejó con la boca abierta. Y luego, en otra ocasión, ya en los últimos meses de vida del P. Molina, él estaba siempre muy preocupado de que las Hermanas no pasaran frío. Si había alguna estufa, decía que se la pusieran a las Hermanas para que no pasaran frío. Pero no se preocupaba de que él pasase frío o no. Y él estaba ya muy enfermo de cáncer. 

De su celo apostólico podría decir que era incansable y, además, cualquier actividad, que él viera que acercaba las almas a Dios, él la acometía. A mí me llamó mucho la atención cuando hubo personas que le criticaron porque, con tantos pobres, él invertía dinero en los medios de comunicación. Y él una vez nos dijo: “Estamos atendiendo a los pobres en el espíritu, a esos machacados de la miseria moral que están viviendo del ambiente poderoso del dinero, pero que son más pobres que los pobres que no tienen nada”. Y realmente tiene razón porque los pobres no son solo los que no tienen cosas materiales, son más pobres los que le faltan las cosas del espíritu.

Para mí, el Padre fue heroico porque atreverse a hacer todas las obras que él hizo, teniendo tanta persecución como ha tenido por todo… Realmente cualquier otra persona, que no tuviese su fortaleza, su heroicidad, su fe, su confianza en Dios, en una palabra, su caridad, no hubiera continuado.

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