En sus viajes por América procuraba ir sembrando la palabra de Dios, plasmándola en obras que encomendaba a las personas que de alguna manera se interesaban, aunque no fuesen miembros. Seguía fielmente su eslogan: “Hay que hacer nacer el niño”.
Daba mucha importancia a la formación teológica, por ello desde un principio se tuvieron clases de teología para seglares y también de latín para algunas Hermanas.
Me contaban en Cuzco que el Padre Molina, al principio, se ponía en la puerta de la Iglesia de San Francisco llamando a los hombres y mujeres de buena voluntad. Con los que se acercaron tenía una reunión y les hablaba de sus proyectos, colegios, hospitales, universidad, etc. Algunos ofrecieron su colaboración, pensando que el Padre tenía muchos millones, pero al ver que lo único que tenía era fe, se alejaban. En ese momento la tercera orden franciscana del Cuzco estaba sufriendo una gran crisis. Los más fervorosos se unieron al P. Molina y fueron sus principales colaboradores. Comentaban que el Padre más que un jesuita parecía un franciscano por la pobreza con que vestía.
Escuché también que pidió a Monseñor Durand una de las comunidades más pobres para atender y que Monseñor le dijo que podía elegir. En uno de sus recorridos por los Andes llegó a Acopía y le dijeron que se cantaba la Misa de Angelis. Ese dato y la pobreza que vio fue lo que le animó a trabajar en Acopía.
Recuerdo que, en las visitas a las comunidades, solo teníamos una camioneta de carga y en la cabina solo había espacio para dos o tres personas apretadas. El Padre se ponía en la parte de detrás con todos los sacos de comida y ropa que se llevaban para los campesinos, cediendo el sitio a la Hermana o Hermanas que le acompañaban el lugar de la cabina.
La primera visita que fuimos a Sumaro, no quiso ir a caballo, todo el camino fue a pie, con sus dos bolsos de libros que pesaban mucho. No quiso que nadie llevara ese terrible peso que se multiplica a una altura de 3.500 m. Después de estar todo el día caminando para llegar a Sumaro, nos instalamos al llegar en la escuela. Se tuvo una reunión para programar las actividades y como era ya la última hora de la tarde, el Padre dijo que empezaríamos la vigilia (que era parte de las actividades para encomendar el fruto de la visita) a determinada hora. Todos estábamos desfallecidos de hambre y de cansancio, pues no habíamos comido. Al ver que el Padre no se acordaba de la comida uno de los matrimonios le dijo: “Padre, ¿y cuándo vamos a comer?”. El Padre se rio y dijo: “¿No hemos comido?”. “No, Padre”. “Bueno, pues lo primero la comida…”.
Cuando nos ofrecieron la parroquia de Arequipa, fuimos con el P. Molina y la Hna. Josefina a una entrevista con Monseñor y a conocer la parroquia. Nos esperaban en el aeropuerto y todo fueron atenciones por parte del secretario de Monseñor. El P. Molina después de la entrevista estaba contento y animado a encargarse de la parroquia, pero no quiso dar el sí definitivo sin antes encomendar este asunto a la Virgen de Chapi, Patrona de Arequipa. Fuimos al Santuario y estuvimos varias horas haciendo oración para ver la voluntad de Dios. Al regreso era la entrevista con Monseñor en la que el P. Molina le dio la respuesta. Seguía su consigna de no hacer nada sin llevarlo a la oración.
En Barcelona, cuando se decidió poner la central de los medios de comunicación el Padre quiso ir a Montserrat a poner a los pies de la Virgen este proyecto. Celebró la Santa Misa, tuvimos un rato de oración y luego, contentos, regresamos a la Comunidad. Ya podíamos planificar.
Era muy delicado para todo. Una vez fue una Hermana con el Padre Molina, otros Padres y algún seglar a ver una finca que regalaba un sacerdote. Después de ver la finca el sacerdote tenía preparada la comida para todos. Al llegar a la casa, el sacerdote dijo: “La Hermana podría ayudar en la cocina”, pero el Padre respondió: “No, la Hermana ha venido con nosotros y tiene que comer con nosotros”, y la puso a su lado.
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