Ante todo, un sencillo sacerdote que, arrebatado por el amor divino, absorbido por el Absoluto, se desgastó sin cálculos humanos en su amor y celo por la máxima gloria de Dios y el bien del hermano necesitado.
Fiel al Evangelio sin glosa, siguió literal e irreversiblemente a Jesús, hasta amarlo, en concreto, en cada hombre doliente.
Atendiendo a la llamada de la Populorum Progressio, proyectó la formación de un equipo de laicos incondicionales a Cristo que respondieran a las complejas necesidades de nuestro tiempo, llevando a cabo obras de desarrollo integral.
Suyas son estas palabras que lo definen en su entrega a los más pobres, sus “machacados”, como solía llamarlos: “Cristo miró al pobre que soy yo, yo tengo que mirar al pobre de hoy, debo entregar mi vida por él... ¡Qué grande es la vocación de hacer el bien!”.
¡Conócelo...!
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