Asturias, cuna de la Reconquista española, tierra de hombres grandes, recios, emprendedores, fue también la cuna del P. Rodrigo Molina. Tras la invasión musulmana del siglo VIII, Asturias fue el último reducto en el que, al amparo de la Virgen de Covadonga, pervivió el cristianismo y desde donde comenzó la reconquista de España.
Que el P. Molina fuera asturiano no es casual. Su vida, su carácter, su trayectoria apostólica, estuvieron profundamente marcadas por la impronta con que Asturias ha forjado a su gente. Era serio, trabajador, tenaz, luchador. Un hombre de palabra. De una lealtad extraordinaria, incapaz de decir hoy sí y mañana no. Tenía la dignidad y la nobleza que tanto caracteriza el carácter asturiano. Hombre grande, de horizontes magníficos, como los horizontes que tantas veces admiró en esos años de la infancia y la adolescencia en los que se combinaban, de manera asombrosa, tierra, mar y cielo. El P. Molina debe mucho a Asturias y, ¿por qué no decirlo?, Asturias también debe mucho al P. Molina. Quien conoció al P. Molina, reconoce en él esa huella.
Aquel marco natural, la cultura y la historia de su tierra asturiana, forjarían el apóstol, el profeta, el sacerdote apasionado de Dios y del hombre que fue el P. Molina.