Marco histórico

El P. Molina fundó su obra misionera en 1967. Es innegable que los años 60 fueron de una prosperidad sin precedentes en los países desarrollados del mundo. Esto llevó a formas de vida más cómodas, caracterizadas por la búsqueda de lo placentero y lo fácil. La moral y las costumbres caían a ojos vistas.

Esta crisis de valores y comportamientos de la sociedad afectó también a la Iglesia católica. Eran los momentos de renovación de la vida religiosa prescrita por el Concilio Vaticano II. Una renovación que daba lugar a tanta diversidad de opiniones y, a veces, a enfoques desacertados que abrían una puerta a la relajación de no pocos Institutos religiosos. 

Se advertía ahora cierto contestarismo al Papa y al Magisterio de la Iglesia. Se propagaban doctrinas extrañas, nada ortodoxas. Se celebraba la Santa Misa sin ornamentos, con posturas poco reverentes, deprisa, sin acción de gracias... En algunas comunidades, los religiosos ya no rezaban. En los noviciados se advertía la falta de una sólida formación clásica, latina y escolástica. Se vestía totalmente de seglar, con corbata etc., muy lejos del criterio del Santo Padre y del sentir de los fieles.

El P. Molina, que amaba entrañablemente a la Iglesia, sufrió mucho. Le tocó vivir tiempos muy duros. Él era un jesuita a carta cabal. Un comprometido con la verdad de su ser sacerdote, de sus votos, de sus reglas, de su Orden. En su vida personal, seguirá siendo fiel al espíritu genuino del Evangelio y apuntará siempre por una espiritualidad clásica, la vivida por los santos de todos los tiempos. Por esto mismo, será tachado de exagerado y de extremista. Incomprendido muchas veces. Él no critica. No increpa. Se consagra a hacer el bien y funda una obra misionera seglar con y para la Iglesia. 

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