Fundador

A través del estudio y de la reflexión personal, el P. Molina pudo profundizar en la importancia que concedía el Concilio Vaticano II a los laicos como parte sustancial y no solo subsidiaria de la Iglesia, llamados todos a la santidad de vida, a las virtudes evangélicas y a la práctica del apostolado, reservada entonces, en la casi totalidad de los casos, a los clérigos o a las órdenes o congregaciones religiosas. 

Con este convencimiento, y atendiendo a la llamada de la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, proyectó la formación de un equipo de laicos incondicionales a Cristo que respondieran a las complejas necesidades de nuestro tiempo, llevando a cabo obras de desarrollo integral. Juzgó imprescindible actuar en todos los campos para hacer al hombre agente de su propio desarrollo y, sobre todo, predicar a los pobres el mensaje de la salvación. 

Fruto de sus desvelos fue la Fundación A.B.C. Prodein (Asociación Benéfico Cristiana Promotora de Desarrollo Integral), una ONG con personalidad jurídica propia destinada a hacer el bien. El P. Molina no promovía un desarrollo, a secas… El Padre Molina promovía un desarrollo integral. O sea, daba como lo primero y principal a Dios. Construía plataformas terrenas, pero apoyadas en cimientos divinos y para un fin sobrenatural: implantar el Reino de Cristo en la tierra. 

Y, fiel a la misión que Dios le confió, llevó a cabo muchas obras de amor-servicio, poniendo especial interés en los medios de comunicación y de enseñanza de acuerdo a su principio: «No podemos recibir nada sino en forma de luz. Por eso, si queremos predicar el Evangelio, hagámoslo en forma de luz: medios de comunicación, colegios. Te hablo mucho de dar de comer al hambriento, pero la principal comida que hemos de dar es la verdad. La verdad con garra está en un buen diario, en una buena Universidad, una guardería. Tanto vale una guardería como una Universidad porque lo que se graba en los niños pequeños no se borra».